Para permitirse decir lo que publicamos en la entrada anterior, Lou von Salomé expone que es en el estudio analítico de la fase femenina o pasiva de nuestro narcisismo donde puede y va a respaldarse. Ella nos ofrece tres posibles campos donde estudiarlo:
1. Dentro de nuestras cargas de objeto.
2. Dentro de nuestras valoraciones.
3. Dentro de la transformación narcisística en creación artística.
Para el formato de éste blog sólo explicaremos -de la mano de Lou- la primera.
1.- Como ya lo dijo Freud también, el amor a los objetos tiene su origen en un exceso de libido que no encuentra donde derramarse, entonces nos precipitamos a los objetos para salir de tal soledad y angustia. Este es un proceso dual de autoafirmación y desintegración del yo, pues en la medida que gana identidad, pierde unidad con el todo: “Sólo con la carga de objeto se destaca la libido como algo para sí, sólo en los contornos del objeto se perfila, por tanto, para nosotros, libidinosamente” (Andreas-Salomé, El narcisismo como doble dirección, 1921).
Hasta el momento en que existe la distinción sujeto-objeto -a la manera libidinal y no decartiana- nos es posible escoger en quien o en qué colocaremos nuestro afecto. Lo que sea que elijamos, ya seamos nosotros, ya sea un objeto exterior, será un sustituto de aquello universal perdido, en consecuencia, ese objeto cumplirá la función de símbolo, en la medida en que se permuta con un estado primordial, de lo anterior puedo deducir que la fuente de la simbolización, en el psicoanálisis, será la sustitución. Salomé nos dice: “Desde un punto de vista libidinoso, ninguna carga de objeto posee otra realidad que ésta simbólica” (Andreas-Salomé, El narcisismo como doble dirección. 1921). Y por esta misma razón se dice que los objetos amorosos posteriores son transferencias de los más tempranos. Por lo tanto, todo símbolo estará intrínsecamente ligado al recuerdo del estado originario. El símbolo le permite al sujeto permanecer ligado, simbólicamente, a sus usanzas infantiles primitivas y nunca olvidar por completo el comienzo.
Este continúo e incesante deseo de retorno al origen representa un peligro latente para el objeto, pues acostumbramos buscar en éste último mucho más la parte de esencia universal que le corresponde, gozamos atribuyéndole súper-cualidades y exaltándolo más de la cuenta; lo idealizamos pues lo valoramos como si se pareciera a nuestro ideal del yo. Se convierte en el emblema de todo lo que amamos, de forma que ejecutamos el procedimiento simbolizante/idealizante del objeto del deseo.
Todo lo anterior, el símbolo, el recuerdo, sigue lazado a lo corporal, a lo genital (ya que la piel viene a ser el órgano genital más extenso), a pesar de que buscamos sustitución en un símbolo éste sólo es la sublimación del instinto sexual primigenio. Al sustituir los instintos, conseguimos dar un salto importante para la vida cultura: del mundo de los deseos corporales al mundo de los deseos de los objetos. He aquí el origen de la 'objetividad' humana, en la sublimación del instinto y en la idealización de los objetos.
1. Dentro de nuestras cargas de objeto.
2. Dentro de nuestras valoraciones.
3. Dentro de la transformación narcisística en creación artística.
Para el formato de éste blog sólo explicaremos -de la mano de Lou- la primera.
1.- Como ya lo dijo Freud también, el amor a los objetos tiene su origen en un exceso de libido que no encuentra donde derramarse, entonces nos precipitamos a los objetos para salir de tal soledad y angustia. Este es un proceso dual de autoafirmación y desintegración del yo, pues en la medida que gana identidad, pierde unidad con el todo: “Sólo con la carga de objeto se destaca la libido como algo para sí, sólo en los contornos del objeto se perfila, por tanto, para nosotros, libidinosamente” (Andreas-Salomé, El narcisismo como doble dirección, 1921).
Hasta el momento en que existe la distinción sujeto-objeto -a la manera libidinal y no decartiana- nos es posible escoger en quien o en qué colocaremos nuestro afecto. Lo que sea que elijamos, ya seamos nosotros, ya sea un objeto exterior, será un sustituto de aquello universal perdido, en consecuencia, ese objeto cumplirá la función de símbolo, en la medida en que se permuta con un estado primordial, de lo anterior puedo deducir que la fuente de la simbolización, en el psicoanálisis, será la sustitución. Salomé nos dice: “Desde un punto de vista libidinoso, ninguna carga de objeto posee otra realidad que ésta simbólica” (Andreas-Salomé, El narcisismo como doble dirección. 1921). Y por esta misma razón se dice que los objetos amorosos posteriores son transferencias de los más tempranos. Por lo tanto, todo símbolo estará intrínsecamente ligado al recuerdo del estado originario. El símbolo le permite al sujeto permanecer ligado, simbólicamente, a sus usanzas infantiles primitivas y nunca olvidar por completo el comienzo.
Este continúo e incesante deseo de retorno al origen representa un peligro latente para el objeto, pues acostumbramos buscar en éste último mucho más la parte de esencia universal que le corresponde, gozamos atribuyéndole súper-cualidades y exaltándolo más de la cuenta; lo idealizamos pues lo valoramos como si se pareciera a nuestro ideal del yo. Se convierte en el emblema de todo lo que amamos, de forma que ejecutamos el procedimiento simbolizante/idealizante del objeto del deseo.
Todo lo anterior, el símbolo, el recuerdo, sigue lazado a lo corporal, a lo genital (ya que la piel viene a ser el órgano genital más extenso), a pesar de que buscamos sustitución en un símbolo éste sólo es la sublimación del instinto sexual primigenio. Al sustituir los instintos, conseguimos dar un salto importante para la vida cultura: del mundo de los deseos corporales al mundo de los deseos de los objetos. He aquí el origen de la 'objetividad' humana, en la sublimación del instinto y en la idealización de los objetos.
Hasta la próxima entrega.